martes, 17 de abril de 2007

panda kopanda

Normalmente, cuando uno se dispone a ver una buena película se sienta, pulsa el play y los créditos aparecen en pantalla; comienza y durante unos minutos tienes un pie fuera y otro dentro, hasta que quedas absorbido por completo; el cuerpo de ésta, empieza entonces a discurrir y tú con ella y así hasta el final; cuando termina, te sientes pleno y completo, porque acabas de ser testigo y partícipe de una nueva historia, totalmente diferente a la anterior. No me refiero exclusivamente a la estructuración de una historia en el sentido teórico, es decir, marco, trama y desenlace. Hablo en sentido general, teniendo en cuenta las infinitas formas diferentes de contar una historia y las infinitas formas diferentes de hacer una película, las cuales de ningún modo implican necesaria y únicamente dicha estructuración.

Al terminar Panda Kopanda no he tenido la sensación de Fin. En ese momento la película no ha terminado para mí. ¿O es que no quería que se acabara y simplemente me negaba a aceptarlo? Nunca me había pasado antes. Era tan feliz viéndola que no quería que se terminara.

Como siempre, equivocándome: Aplicando la razón a esta nueva situación e intentando darle a todo una explicación suficientemente congruente llego al vulgar, vacío y ya manido planteamiento del viaje en el tiempo hacia la infancia, durante la cual, supuestamente, nuestras cabecitas veían el mundo tal y como lo he visto hace unos minutos, a través de una lente que distorsiona la realidad y elimina todo lo malo. Lente que, con el paso de los años, al madurar, queda reemplazada por medio de nosotros mismos, de los que nos rodean y de lo que nos rodea por la lente que todo lo deja pasar, la lente de la "verdad". Topicazo.

Intentando rectificar planteando una rocambolesca pero esperanzadora propuesta: Es un error relacionar estas sensaciones directa y exclusivamente con la infancia, la cual no se basa en premisas tan sencillas y simples como se suele creer. Es un error recurrir al "niño que todos llevamos dentro", ¿quién ha puesto de moda esa expresión?, al oírla, vienen a mi cabeza grotescas escenas cronenbergianas con extraños seres nonatos en el interior de mi cuerpo. El problema de concepción de la realidad, por lo menos en este caso, no lo tengo yo. No quiero decir con esto que diferencie entre la forma de entender esta película de un niño y la mía. No quiero decir con esto que me parezca ofensiva la comparación. No se cómo entendería esta película un niño, cada niño es un mundo. Se cómo la he entendido yo. Y yo me niego a achacar el estado de euforia en el que me encuentro tras verla a una puntual manifestación de mi supuesto "niño que llevo dentro". Es triste.