sábado, 24 de octubre de 2009

Microhistorias Contemporáneas.

Friedrich Nietzsche y Giorgio de Chirico estuvieron sentados en la terraza de un mismo bar en la Plaza de la República de Turín. Treinta y tres años separaron un hecho del otro, pero ambos sucedieron en un mes de marzo. En aquellos momentos, los dos hombres estaban solos. Nietzsche tomó un espresso acompañado de una brioche de chocolate, mientras que de Chirico pidió un batido de fresa que bebió a largos sorbos de pajita alternados con profundas caladas a un puro toscano.

Juan Benet y Luis Martín-Santos mantuvieron una profunda amistad que lograron compatibilizar con una soterrada y malsana envidia. No es ningún secreto. Menos conocido es el episodio en el que los dos escritores acabaron enzarzados a golpes a la salida del Café Patronato, en Calle de la Encomienda, Madrid. Los que algo saben del rifirrafe se dividen entre quienes cuentan que ambos estaban demasiado bebidos para pelear por algo con sentido y entre aquellos que dicen que la verdadera causa del altercado no fue tanto el alcohol como que Benet le mentara a la hermana a Martín-Santos.

El logo de Black Flag fue diseñado por Raymond Pettibon a los veintiún años. Según cuenta Henry Rollins, por aquel entonces Pettibon era un adolescente flemático e introvertido capaz de realizar una docena de dibujos en un solo día. Rollins sigue explicando, ‘nunca se le había pasado por la cabeza ser o considerarse un artista. Escuchaba jazz a todas horas. Y mientras lo hacía, dibujaba. Eso era todo’.

Mientras Kim Deal perdía la virginidad, sonaba ‘Don’t you just know it’ de The Sonics. Mientras la perdía Kim Shattuck, ‘Some girls are bigger than others’. Mientras la perdía Kim Gordon no sonó música alguna, pero después de correrse, el chico con el que lo hizo tarareó el estribillo de ‘Rip her to sherds’.

Aunque la mayoría habría apostado por encima, sólo el 7% de la biblioteca de Roberto Bolaño contiene notas en los márgenes de página escritas en puño y letra del escritor chileno. La más llamativa de todas ellas la encontramos en ‘El lobo hombre’ de Boris Vian, y reza: ‘Qué sabrás tú, si eres un gato…’.

En el mundo hay setenta y ocho mil ochocientos cuarenta y tres perros (78.843) llamados ‘Leo’ en honor al futbolista argentino Leo Messi. Contra este dato, únicamente existen doce mil trescientos dos gatos (12.302) bautizados así por el mismo motivo.

En su sexto cumpleaños, César Aira tropezó con la raíz de un árbol mientras jugaba al escondite con los demás chiquillos, cayó al suelo y se mordió los lados de la lengua provocándose dos profundos cortes. A lo largo de su vida, César Aira ha variado las circunstancias del accidente más de una treintena de veces. De las distintas versiones, las más repetida es aquella en la que se hería al lamer una fría roca cuyo aspecto le recordó al helado de turrón.

En una entrevista para la revista musical Mojo, Bret Easton Ellis atacó a Dennis Cooper diciendo que no haría falta reunir más de quinientas billeteras traídas de distintos lugares de los Estados Unidos para encontrar un dólar que hubiese estado en la nariz de Cooper.

David Bowie soñó la canción ‘Revolution’ de Spacemen 3 en 1974. En aquel sueño, caminaba de noche por la ciudad de Londres, una intensa luz blanca brillaba en el centro de su frente y todos aquellos que al cruzarse con él miraban directamente a la luz quedaban cegados en el acto.

Hay quien piensa que, al menos en origen, toda la teoría alrededor de Naked City y la deriva urbana ironiza con el pésimo sentido de la orientación de Guy Debord.

Un taxista sevillano presume de haber transportado a Madonna y a Bruce Springsteen. A ambos en secreto. A ambos en plena noche. A la una dice haberla recogido a la salida de un selecto bar de copas muy cercano a la Catedral. Al otro dice haberlo llevado a un pequeño helipuerto escondido en algún punto entre Alcalá de Guadaira y El Viso del Alcor.

Federico Soriano defiende que el ejercicio de la arquitectura se basa en saber detectar problemas reales, disparar rápido y con temple, como un vaquero, y tener ciertos mitos que te acompañen en el camino. Para refrendar la importancia de esto último, en su cartera porta una entrada de la filarmónica de Berlín cuidadosamente plegada en cuatro.

Seis de cada diez estadounidenses afirmarían que ‘La naranja mecánica’ fue escrita por Stanley Kubrick. De los cuatro restantes, tres responderían que no conocen ‘La naranja mecánica’, y sólo el último señalaría que la película de Kubrick es una adaptación de una novela de Anthony Burgess.

Cuando se disponía a arrancar su coche y volver a casa después de una noche de rodaje, un ruido bajo sus pies hizo a Michael Haneke bajarse de su vehículo a inspeccionar. Arrodillado, apoyado en sus manos y con ambos hombros a menos de un palmo del suelo, vio el reflejo amarillo de dos ojos redondos. Haneke estiró su brazo derecho todo lo que pudo tratando de alcanzar al animal. Entonces recibió una rapidísima dentellada de lo que resultó ser una rata negra del porte de un gato bien alimentado. Cuando fue hallado muerto seis días después, el animal aún conservaba restos de sangre seca del director alrededor de su boca.

Perter Fischli tuvo cinco relaciones estables entre los diecinueve y los veintiocho años. Sin quedar demasiado claro hasta qué punto trataba de ser irónico, Fischli describía a todas aquellas novias con quienes compartió casi una década de su vida llamándolas ‘niñas aburridas indiferentemente perplejas’. Según contaba, ninguna de ellas solía aparecer mientras él y David Weiss trabajaban, y cuando alguna lo hacía era pasando de largo, como quien cruza un paso de cebra. A la pregunta de qué le daban aquellas chicas para haber compartido con ellas periodos generalmente largos, Peter Fischli respondió: ‘Cuando bostezaban y decían ‘no lo entiendo’ se ponían realmente hermosas’.

Gómez de la Serna recitaba subido al lomo de un elefante. Valle-Inclán se quejaba de que no le dejaban subir al tranvía acompañado de dos leones. En una carta dirigida a Felice Bauer, dice Kafka: ‘No es que tenga una cierta tendencia a la literatura, es que soy literatura’.

Una mañana, después de levantarse, Keith Haring buscó sus gafas a tientas por todos los rincones de su casa. Tras media hora de búsqueda infructuosa, decidió dejarlo para más tarde a pesar de su tremenda miopía y bajó a la calle a comprar el periódico. Al poner Keith Haring el primer pie fuera de su portal, la luz del mediodía le golpeó con violencia la cabeza. Abriendo los ojos de par en par, el artista vio cómo los edificios se arremolinaban en cascadas que caían con fuerza sobre él aplastándolo contra el asfalto.

En una ocasión, Charles Eames acompañó a su por entonces todavía novia y luego esposa, Ray Eames, a tomar un avión que la llevaría a pasar las vacaciones de verano a casa de unos conocidos en Santa Maria, California. En el momento en que Ray pasaba los controles de seguridad y se adentraba en el pasillo de embarque, Charles Eames vio cómo la muchacha se daba la vuelta y, alzándose con gracia sobre la punta del pie derecho, asomaba entre el resto de pasajeros, luciendo una bellísima sonrisa y agitando suavemente una mano en alto en señal de despedida.