lunes, 30 de abril de 2007

San Babila.

Milán. Línea M1. Trayecto Turro - San Babila. Dos quinceañeras viajan sentadas en los últimos dos puestos del extremo derecho de una hilada de cuatro asientos. Mascan chicle con cara de aburrirse, las dos visten camisetas de color fluorescente -amarillo y verde-, la de más a la derecha luce media cabeza rapada y un gran mechón engominado que le crube la mitad contraria de la cara, su amiga lleva un flequillo meticulosamente recto bajo el que apenás asoma la sombra de sus ojos. De la oreja de una, cuelga un ancho trueno de plástico color rosa inteso. La otra lleva pegada a cada uña una pequeña estrella, cada una de un color distinto; en la del meñique de la mano izquierda, una calavera negra. Sus mandíbulas se mueven en círculo mientras mastican, del mismo modo que lo hacen las vacas al pastar en el campo. En Rovereto sube al vagón una chica de unos treinta años. Arrastra los pies y sostiene con ambas manos, a la altura de su estómago, un bolso de piel artificial excesivamente usado. Se sienta en el extremo izquierdo de la fila de asientos. La grasa de su pelo brilla un poco bajo la luz halógena del tren. Viste una blusa abotonada hasta arriba. Su cara es un círculo perfecto y utiliza un par de gafas también redondas con montura carey. Su boca es una línea corta, tímidamente inexpresiva. El metro para en Loreto y sube una mujer india acompañada de una niña pequeña. La cara de la mujer está sembrada de arrugas, un par de ojos bovinos giran en el fondo de unas cuencas demasiado hundidas, faltan varias piezas dentales en su sonrisa. Una fina túnica la cubre de la cabeza a los pies. Se diría que la niña es su nieta. La chiquilla se mueve en silencio. Viste una camiseta rosa estampada: un koala sonriente se abraza cariñosamente a la espalda de un canguro. La señora se dirige al asiento vacío llevando de su mano a la pequeña. Al darse cuenta, la adolescente de la parte interior del banco abre bien grandes sus ojos tras el flequillo y se achucha con repulsión hacia el lado de su compañera. La india piensa que la chica hace sitio para que puedan sentarse ella y su nieta y sonríe a la muchacha. La del flequillo no puede responder más que con una sonrisa rígida y temblorosa y los ojos aún más abiertos. El flequillo ha desaparecido, ahora sólo están sus ojos. La abuela y su nieta se acomodan en el asiento y medio libres. La quinceañera se estruja aún más fuerte contra su amiga evitando por todos los medios cualquier contacto físico. La señora gira la cara a su derecha y sonríe a la chica de las gafas redondas. La corta línea inexpresiva en el rostro redondo se curva en una tierna sonrisa. Le corresponde otro arco lleno de mellas. Ambas mujeres se miran con ternura durante un par de segundos. Mientras tanto, la mano de la anciana se desliza dentro del bolso de piel gastada sin que su dueña se percate y extrae de él un monedero con flores bordadas que esconde bajo la túnica. El tren para en San Babila. La chica del extremo derecho se saca el chicle de la boca y lo pega en la parte baja de su asiento. Ella y su amiga bajan deprisa, evitando que la señora y su nieta se les peguen a la espalda mientras salen. El metro cierra sus puertas y continúa su recorrido. La boca de la chica de las gafas vuelve a ser una corta línea recta.

Sra. Dureza 10.04.07

no1




no2




no4




no5




Alfonso: guitarra eléctrica, guitarra española (no2).
Álvaro: bajo.
Pablo: bases rítmicas, guitarra española (no4), guitarra eléctrica (no2).

Malditos sean

He topado con un problema sin solución. Mi bicicleta tiene una discapacidad irreversible en sus cuartos traseros.

Todo comenzó con una simple baja aislada, subsanada fácilmente por cualquier cirujano velocípedo que se precie, pero esto ha sido sólo el principio.

La enfermedad ha ido debilitando cada capacidad vital hasta provocar un fallo multiorgánico. Se ha contagiado velozmente, sin dilación, carcomiendo los momentos uno a uno y provocando la caída del siguiente, como una facción que devora al más poderoso ejército desde el interior.

No existe “Jony” capaz de curarla, porque la globalización se ha encargado de ponerla en el desván, en el olvido, para dar paso a otras venidas de oriente. Flaco favor le hacen al conde de Sivrac con su celerífero de cabeza de dragón. Hacen temblar al mismísimo Leonardo en su tumba por si no hubiese tenido bastante con los amigos del señor Brown. ¡Ay si el barón Karl Christian Ludwig Drais von Sauerbronn levantara la cabeza!. A nadie le importa, “lo siento señor pero eso ya no se fabrica”. Malditos sean.

Ridiculario

Una llave con muchos y puntiagudos dientes ha estado escribiendo, mediante violentos movimientos de muñeca, algo ininteligible en el cristal. Acerco mi cara, frunciendo el ceño, intentando descifrar el mensaje. Sin relevancia. Solo consigo decepcionarme y marearme. Un primer plano formado por rayones caóticos y estáticos, frente a un segundo plano multicolor que se mueve a toda velocidad, ¿o es al contrario?. "Señores, todo es relativo, no hay en el Universo sistema de referencia fijo, todo es referido; no podemos más que particionar y discretizar hasta que nuestras ridículas mentes sean capaces de quedarse tranquilas, conformándonos siempre con una nimia porción del todo". El Universo. Solo consigo decepcionarme y marearme. La gente que está sentada en el vagón parece que lo tiene todo más claro, están tranquilos y satisfechos. Yo, por no ser menos, finjo estarlo también. Pero solo consigo decepcionarme y marearme.


En la siguiente figura, encuentre el sistema de referencia adecuado:


jueves, 26 de abril de 2007

Un minuto en la Feria





Niña morena
bailas muy bien
el hombre gordo
canta muy bien.

Antes de que esto se apague
me quiero reír, me quiero reír
antes de que esto se apague
me quiero reír, me quiero reír.

Mmm
qué risa
qué risa
qué risa.

miércoles, 25 de abril de 2007

'Milan'.

Bonnie 'Prince' Billy inspira profundamente el aroma del círculo que descansa delante de él y reprime una sonrisa de satisfacción. ¡Una auténtica pizza italiana! Ha comido pizza muchas otras veces, sí, pero nunca hasta ahora había tenido delante una pizza italiana italiana. Aunque no comprendiese ninguna de las treinta y dos combinaciones de ingredientes que figuraban en el menú, cuando oyó a Alberto decir 'berenjenas', Bonnie 'Prince' Billy se despreocupó de todo lo demás. Una pizza de berenjenas... sonaba absurdo. Él es un gran aficcionado a las berenjenas. Instantáneamente, se convenció de que aquella pizza estaba allí únicamente por él. Pensó que si alguien volvía al día siguiente a ese restaurante y pedía una pizza con berenjenas lo tomarían por loco. Alguien que no fuese él, claro. La pizza de berenjenas existía porque existe Bonnie 'Prince' Billy. Estaba seguro.

Ahora, Bonnie 'Prince' Billy devora la pizza sin preocuparse por los hilillos de mozzarella que se le quedan colgando del bigote. No sabe que está comiendo en una de las peores pizzerías de la ciudad.

Alberto se pregunta si aún olerá a vómito. Ha visto un amago de sonrisa en los labios de Bonnie 'Prince' Billy y ha pensado que podría haber percibido el olor a vómito. Huele a vómito, está seguro. Alberto se pone aún más nervioso de lo que estaba. Cree que no podría estar más nervioso, aunque sabe que llegará a estarlo en lo que queda de día. ¡Un día entero con Bonnie 'Prince' Billy! Desde que escuchase 'There is no-one what will take care of you' hace más de diez años, Alberto ha seguido con devoción religiosa el trabajo del hombre que tiene delante. Él mismo se ha encargado de traer a Bonnie 'Prince' Billy a Milán para el concierto de esta noche. Lo ha organizado todo él solo. Cuando esta mañana salía de casa para ir a recoger a Bonnie 'Prince' Billy al aeropuerto, nada más apoyar la mano sobre el pomo de la puerta, se vomitó sobre las rodillas. Sólo pudo darse un poco de agua a toda prisa. Era tarde y no podía hacer esperar a Bonnie 'Prince' Billy.


Alberto mira con nauseas el círculo que descansa delante de él. Ha pedido una siliciana
pensando en que no teniendo tomate le sentaría mejor al estómago, aunque no imaginó que el cocinero abusaría de la pimienta de aquel modo. Sus vaqueros huelen a vómito, no hay duda. El olor le llega desde su regazo y se sonroja. Piensa en qué ocurriría si vomitase de nuevo, sobre la pizza que tiene delante. Quizá Bonnie 'Prince' Billy le escribiese una canción. Él sabe que Bonnie 'Prince' Billy es un tipo con muy buen sentido del humor.

Bonnie 'Prince' Billy apura con tranquilidad los tres cuartos de pizza que Alberto no ha querido comer. Una pizza sin tomate... También le parece absurdo. Decide que la pizza sin tomate existe sólo porque existe Alberto.

Salen de la pizzería.

A un lado del Duomo, duerme boca arriba un enorme esqueleto de veinticuatro metros de longitud y casi dos de altura. La nariz de la calavera se prolonga extrañamente en un afilado pico de ave. Alberto intenta explicar a Bonnie 'Prince' Billy que es la 'Calamita Cosmica', una escultura hecha por Gino De Dominicis que habla con ironía del absoluto de la muerte, de la falsedad de lo terreno y de no sé qué más. Bonnie 'Prince' Billy prefiere quedarse con su primera impresión al ver el esqueleto y pensar que son los restos de un gigantesco hombre-pájaro que aterrizó en la plaza para descansar después de una larga jornada de vuelo y no llegó a levantarse nunca más. Imagina que él fue en otra vida aquel hombre-pájaro.

Para Alberto, las cosas van de mal en peor. A Bonnie 'Prince' Billy le ha dado un poco igual toda la historia que se estudió anoche sobre el De Dominicis ese y la calamita cósmica de los huevos, y luego, para colmo, los vigilantes del ingreso de la catedral no querían dejar entrar a Bonnie 'Prince' Billy. Alberto ha tenido que interceder en favor de su ídolo. Al final logró que lo dejasen pasar, pero sus tartamudeos y aspavientos al hablar con los guardias han constituido un espectáculo bochornoso. Se siente patético. Cada segundo que pasa, Alberto está más nervioso.

Bonnie 'Prince' Billy está maravillado. El interior de la catedral es aún más impactante que la monumental masa de cera gótica vista desde el exterior. Siente el ligero peso de la oscuridad y la suavidad del silencio, y se pone muy contento. Inspira profundamente el extraño aroma del incienso que arde en una de las esquinas del templo. Acerca la nariz a la caja de metal que lo contiene y vuelve a inspirar con fuerza. Tiene la nariz levemente obturada por culpa de un ligero resfriado y no percibe ningún olor con facilidad.

La mirada de Bonnie 'Prince' Billy se desliza acariciando cada claroscuro de la iglesia. Está siendo una experiencia realmente sugestiva. De pronto, se encuentra delante de San Bartolomé y se le corta el aliento. El santo está desollado de pies a cabeza. Todos sus músculos, todos su tendones, parecen tensos en señal de sufrimiento, aunque la mirada de la imagen es segura y tranquilizadora. La carne viva parece desvelar la verdad de la existencia. Bonnie 'Prince' Billy recuerda aquella canción que escribió sobre un tipo que arrancó la piel al ser que más quería y siente un fuerte escalofrío.

Fuera de la catedral, Bonnie 'Prince' Billy gira la cara en dirección al sol y se rehace gozosamente en lo que acaba de vivir. El calor se extiende poco a poco por su cuerpo. Está siendo un día realmente agradable. La pizza, el hombre-pájaro, el Duomo, San bartolomé y el tembloroso Alberto... Piensa que esta noche, después del concierto, debería intentar escribir una canción que tratase de todo esto. La titulará 'Milan'.

lunes, 23 de abril de 2007

Dentro de

Poderoso, avanza con vigor entre sueros y fluidos. Se desparrama entre las cavidades, juguetea con capilares y microbios, sin descanso, haciendo estragos en mi voluntad, rechinando sus dientes, susurrando palabras de odio y rencor. Retorciéndose desesperadamente en los precipicios de mi cuerpo, sus espasmos resuenan en las paredes de carne como truenos de tormenta de verano. Envilece con su hedor cada centímetro de mi ser.

Debajo de mi piel habita este extraño ente, y su grito es desgarrador.

Oscurece mi sangre, ya malva, fatigada en su lucha contra la sanguinaria bestia. Se deshacen mis músculos, incapaces de contener el torrente furioso que los erosiona. Paulatinamente destroza cada rincón, esquivando paisajes de un mejor ayer, y dejando poso de caos donde otrora reinara el orden.

Sin vacilar atraviesa mi garganta, explota mil veces en mis oídos, secretando pérfido veneno en mi lengua. Excava con garra afilada en mis sueños, mutila mi compasión y abona nuevos ansias de mal. Hoy creo morir, porque los celos se apoderaron de mí.

Lavar y centrifugar

Hace demasiado tiempo, la suerte me es esquiva.

Sin el menor atisbo de cambio, mis días se consumen entre facturas, faxes y teléfonos. Las ocho de la mañana, desde siempre, arqueo hacia abajo las comisuras de mis labios en señal de tímida e inofensiva protesta. A continuación, ya erecta en cuerpo pero aun más corvada en alma, quemo varias decenas de etapas automáticas, penitente hacia la tortura diaria. Cariño, ¿quieres mermelada en tu tostada? No, ya sabes que estoy a régimen. Qué rara estás últimamente. Dirás fondona. Estás muy bien todavía, salvando...¿Qué? El trabajo te está consumiendo. Lo sé. Déjalo. No puedo. Acabará con nosotros..

Vivo al final de una larga avenida de esta ciudad, sombría a todas horas, y por demás estridente. El olor corrupto de cada apéndice metálico me arrastra junto a mil balbuceos bulliciosos que antes fueron personas, como yo. Fluimos por el asfalto, grises y serenos, porque la agonía ya se sabe agonía de antes, por eso camina serena y segura de sí misma, cada día más gris. La cabalgata del desazón y el hastío nos desliza avenida arriba, y algunos chiquillos a la caza del semáforo verde parpadeante portan enormes sonrisas que son acalladas rápidamente por un taxista de terrible aspecto y con voz a juego. ¡Joder que no véis que está en rojo ya! Un día como éste, yo dejé de sonreír.

Llego al trabajo. ¡Buenos días! Las miradas de soslayo, desprecio, o peor aún, indiferencia, se suceden a la mayor parte de los saludos. Ave Morituri, Mortuus Te Salutant. Clientes entregados a una furia olímpica me llaman para darse de baja, o simplemente calentarme la cabeza con cualquier problema producto, muchas veces, de su propia negligencia. Pero si el técnico tenía cita para las tres. Él no sabía que usted saldría, tenía cita a las tres y a las tres acudió. Sí, ya sé que hemos incumplido el compromiso. Sí, por supuesto que esta empresa correrá con los gastos derivados del retraso. Perdone, de verdad...

Ha llegado un punto en que cada vez que escucho mi nombre, mi corazón cría nuevas vetas de desidia, que mi mente extrae a pecho abierto como enredadera. Sudando desidia, mascullando desidia, cada día mudo mi piel por papel, y por él respiro la desidia que me rodea y alimenta. Este mes, dos millones, Alberto. No, no he podido ir a la reunión, estaba ahora en otra. Por la tarde voy...Tengo tu informe. No, no está actualizado con los inventarios. Te los tendré cuando pueda. Sí, conozco lo delicado de la situación de la compañía...

Hay una vieja máquina de café en la primera planta. Solitaria por costumbre, asiste a veces a tediosísimas conversaciones entre lenguas viperinas, comerciales cínicos y embusteros, oficinistas cuatrojos y limpiadoras cotillas. Aún así, constituye el último resquicio de humanidad en este inmundo edificio.

Sobre las ocho de la tarde, un sopor tremendo me invade, y sé que pronto voy a salir de aquí, pero no por ello me cambia la cara. Mi gesto cansado advierte los muchos años de sufrimiento y de tristeza acumulados. Creía que para morir de pena tenían que mandar a tu marido a la guerra, y que no volviera, pero yo estoy cerca de ser pionera en lo contrario. Al menos, ostentaría una distinción, aunque dudosa...

Mañana no vendré, Alberto. Sí, pero creo que...Alberto, es que te quería comentar una cosa. ¡Déjame hablar! Lo dejo. No, no lo he pensado bien, pero es definitivo. Si lo pensara, al final no lo haría. Cállate. Hasta nunca...

Diablos, qué buen día hace. Claro, es primavera, hasta las nueve no anochece. Un paseíto es lo suyo. ¿Qué será de Diego? Hace tanto que no sé de él...¡Cuánto tiempo! ¿Estás en casa? Voy para allá. Ahora te cuento. No tío, estoy de puta madre. Andando. Pues tardaré un rato, pero voy por el parque, y se está increíble aquí. Pues ya compraré un abrigo por el camino.

Intentaré llegar...mañana.

sábado, 21 de abril de 2007

las cosas que pasan.

M. Genovese mantiene pulsado durante largo rato el botón del telefonillo. Dos minutos después, llego al hall del edificio con unos vaqueros sobre los pantalones del pijama (es temprano y Genovese me ha sacado de la cama). El anciano habla con un deje milanés extremadamente cerrado en dirección al bebé de los vecinos del primero. El pequeño ser humano con forma de bola de mantequilla observa al anciano con tranquilidad, mientras su niñera peruana se esfuerza por que su sonrisa no pierda rigidez. Mientras hace cosquillas al pie izquierdo del bebé con la mano derecha, Genovese me acerca con la mano izquierda un paquete envuelto en papel kraft. Sin darme tiempo a agradecerle nada, comienza a darnos instrucciones referidas a cómo hacer para subir el carrito hasta el primer piso. Por más que insisto, el viejo se empeña en cargar él con el carro y dejarme a mí la tarea de sostener la puerta. Sube los escalones resoplando y tambaleándose de un lado al otro de la escalera. La niñera abre bien grandes los ojos y se lleva las manos al crucifijo de plata que lleva colgado del cuello.

M. Genovese lo ha conseguido. El carrito con el bebé descansa estático en el rellano del primer piso. Yo también lo he conseguido; cierro la puerta y, después de despedirnos de la señora y del bebé -de nuevo cosquillas-, Genovese y yo subimos las escaleras. 'He visto al cartero llegar y no he consentido que dejase el paquete sobre el buzón. Hay gente que pasa las mañanas de portal en portal viendo si encuentra algo de valor entre la correspondencia. ¿Sabía usted esto, joven?'. Ya ve usted qué cosas...

Espera a que suba el primer tramo de escaleras para abrir la puerta de su casa y entrar en ella. Deja las llaves sobre el taquillón de la entrada sin preocuparse de echar el cerrojo. Siempre ha confiado en la intimidad de su hogar.

Del armario de la habitación de invitados extrae una percha en la que descansan varias prendas. Extendido el conjunto sobre la cama, se desnuda y comienza a endosarse con parsimonia las nuevas vestimentas: Un pequeño pantalón corto a la altura de la rodilla que no consigue cerrar alrededor de su cintura, una camisa blanca amarillenta de mangas cortas que ha perdido un par de botones (primero y tercero empezando desde arriba), en el pecho bordadas con hilo negro las inciales 'G. G.', una pequeña gorra de fieltro marrón y un par de zapatos de charol sin rastro de brillo.

Vuelve a acercarse al armario y recoge un cesto de mimbre y una manta celeste. Abandona la habitación de invitados.

Deposita el cesto en una esquina del salón de la casa. Dispone en su interior la manta con sumo cuidado, de manera que ésta forma un tierno cuenco en el interior del canasto. Genovese da dos pasos hacia atrás y observa la composición de ambos objetos.

'Bien... Ricardo. ¡Ricardo¡ ¡Juguemos al escondite! Verás... Yo corro a esconderme y hasta que yo no diga '¡ya!' tú no te mueves de ahí. Luego tienes que buscarme... Si me encuentras lo habrás hecho muy bien y luego te daré de comer'.

El canasto sigue en su posición original.

'Vamos, no te hagas el remolón que empezamos...'.

Genovese corre sonriendo a lo largo del pasillo, entra en el que fuese dormitorio de su madre y se mete nerviosamente debajo de la cama.

'¡YA!... ¡Vamos!, vamos, gatito... a ver si das conmigo'.

El viejo aprieta los labios para sofocar su risa y patalea nerviosamente procurando no hacer ruido.

Seguro que Ricardo acaba dando con él. Siempre lo hace. A lo largo de los últimos setenta y dos años, nunca ha fallado. ¡Ni una sola vez! Es un animal tremendamente inteligente.

miércoles, 18 de abril de 2007

martes, 17 de abril de 2007

panda kopanda

Normalmente, cuando uno se dispone a ver una buena película se sienta, pulsa el play y los créditos aparecen en pantalla; comienza y durante unos minutos tienes un pie fuera y otro dentro, hasta que quedas absorbido por completo; el cuerpo de ésta, empieza entonces a discurrir y tú con ella y así hasta el final; cuando termina, te sientes pleno y completo, porque acabas de ser testigo y partícipe de una nueva historia, totalmente diferente a la anterior. No me refiero exclusivamente a la estructuración de una historia en el sentido teórico, es decir, marco, trama y desenlace. Hablo en sentido general, teniendo en cuenta las infinitas formas diferentes de contar una historia y las infinitas formas diferentes de hacer una película, las cuales de ningún modo implican necesaria y únicamente dicha estructuración.

Al terminar Panda Kopanda no he tenido la sensación de Fin. En ese momento la película no ha terminado para mí. ¿O es que no quería que se acabara y simplemente me negaba a aceptarlo? Nunca me había pasado antes. Era tan feliz viéndola que no quería que se terminara.

Como siempre, equivocándome: Aplicando la razón a esta nueva situación e intentando darle a todo una explicación suficientemente congruente llego al vulgar, vacío y ya manido planteamiento del viaje en el tiempo hacia la infancia, durante la cual, supuestamente, nuestras cabecitas veían el mundo tal y como lo he visto hace unos minutos, a través de una lente que distorsiona la realidad y elimina todo lo malo. Lente que, con el paso de los años, al madurar, queda reemplazada por medio de nosotros mismos, de los que nos rodean y de lo que nos rodea por la lente que todo lo deja pasar, la lente de la "verdad". Topicazo.

Intentando rectificar planteando una rocambolesca pero esperanzadora propuesta: Es un error relacionar estas sensaciones directa y exclusivamente con la infancia, la cual no se basa en premisas tan sencillas y simples como se suele creer. Es un error recurrir al "niño que todos llevamos dentro", ¿quién ha puesto de moda esa expresión?, al oírla, vienen a mi cabeza grotescas escenas cronenbergianas con extraños seres nonatos en el interior de mi cuerpo. El problema de concepción de la realidad, por lo menos en este caso, no lo tengo yo. No quiero decir con esto que diferencie entre la forma de entender esta película de un niño y la mía. No quiero decir con esto que me parezca ofensiva la comparación. No se cómo entendería esta película un niño, cada niño es un mundo. Se cómo la he entendido yo. Y yo me niego a achacar el estado de euforia en el que me encuentro tras verla a una puntual manifestación de mi supuesto "niño que llevo dentro". Es triste.

jueves, 12 de abril de 2007

ha nacido ¡sssssch!

Ha nacido ¡sssssch!, un blog creado por el ente ¡sssssch!. El objetivo que ¡sssssch! se ha planteado al crear este espacio es muy sencillo, tan sencillo que ni siquiera está completamente definido.

Lo que ¡sssssch! si tiene claro:
  • ¡sssssch! no es un medio de exhibicionismo de grupo.
  • ¡sssssch! es un medio de expresión de ideas individuales o colectivas de toda índole.
  • ¡sssssch! son todas las personas que conforman ¡sssssch!

¡sssssch! está abierto al exterior. Cualquier persona podrá leer, contemplar u oír lo que ¡sssssch! produzca.

¡sssssch! quiere crecer.