domingo, 30 de septiembre de 2007

después de la lluvia viene la calma

Poco después, el estruendo dejó paso a un silencio ensordecedor. A pesar de haber sobrevivido a aquellos minutos de destrucción la calma les enloquecía a pasos agigantados.
Personas que han sufrido conflictos bélicos similares afirman que los momentos que condensan esas primeras muertes, la visión de los primeros miembros seccionados o, peor aún, desgarrados, o el sonido de los gritos de seres humanos despojados de sus seres amados, no son nada comparado con el atronador vacío que viene después. Éste caso no era una excepción.
Ellos estaban confiados pues se tenían en alta estima, eran cultos, racionales, experimentados y conocedores de los entresijos de la psique humana, pertenecían a una sociedad capaz de afrontar estas y otras catástrofes mayores. Pero a pesar de estar alerta, la suave y sigilosa entrada en sus vidas del vacío, poco a poco, como si de la melodía de un dulce sueño se tratara, fue destruyéndoles sin pausa. Entraba por las habitaciones cerradas de sus mentes, incluso dibujaba puertas inmensas que creían no tendrían cabida en sus subconscientes para liberar de ellas los más bajos instintos y sentimientos, los planteamientos más oscuros y las contradicciones más dañinas y dolorosas contra las que nada podían hacer salvo sumergirse en ellas.
Se dieron cuenta de todo el proceso pero no lograron detenerlo.
La autodestrucción estaba cerca.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Retazos humanos


Humanos y humanos

Construimos aproximaciones de la realidad con modelos equívocos e inestables. Enarbolamos proyectos perecederos con el único objeto de satisfacer nuestra necesidad de acción, pero rara vez lo hacemos con auténtica determinación, y nunca eficazmente.

Nos atribuimos la supremacía del reino de los vivos, la razón, la creatividad y el humor, pero somos instigadores del odio y la destrucción como ninguna otra especie. El ansia de poder ha de ser nuestro único alimento.


Humus y humanos

Cualquier día podríamos perecer todos, de repente, devorados por la turba oceánica, o pasto de unas llamas de origen incierto. Surgiría entonces alguna iniciativa espontánea para conservar la esencia humana, intentando en vano imitar los procesos de escisión ó gemación, como últimas alternativas. Surcarían los cielos fragmentos de nuestros cuerpos, abrasados, irreconocibles, y acabarían distribuyéndose estas carnes sin vida por toda La Tierra, de forma homogénea, ocupando los terrenos más insólitos, las simas más recónditas.

Una vez allí, mi ojo izquierdo disputaría a tu coxis el derecho a la habitación de las zonas más fértiles. Lucharían ambos enfervorizados por ostentar el honor de ser cubiertos por enzimas más o menos suculentas, vertidas por bacterias quimiorganótrofas más o menos complejas, y acabar transformándonos los dos en humus. Pero no al mismo nivel: entre nosotros, se definiría claramente un humus victorioso, y un humus derrotado.

¿Acaso te creías...? Claro que hay diferentes categorías de humus: está el humus corrientito, y está el humus deluxe.

Por supuesto, yo sería éste último.

Y los días de lluvia, al caer las primeras gotas, yo me deslizaría sobre ti sigiloso, para no alertarte, y recibiría los exquisitos ríos acuíferos sobre mí, sazonados convenientemente con ricos minerales, esquistos y otros restos deliciosos. Y para ti, dejaría las rocas bastas y los residuos tóxicos.

Si me preguntaras, te diría que fue mala suerte. Que mañana te tocará a ti. Que yo te protejo, que nada malo te puede pasar, aquí junto a mí.

Y si algún día me encuentro demasiado fértil, y por ello algún labriego me elige para plantar su cosecha sobre mí, la noche antes del arado me revolcaré contigo, nos fundiremos y removeremos sin cesar el uno contra el otro, aprovechando las corrientes de levante. Y cuando ese bruto nos golpee sin piedad con sus aperos de metal, puede ser que, sin saberlo, nos separe en diferentes surcos, y te coloque a ti en la tercera fila, por ejemplo, y a mí en la primera.

¿Qué sería entonces de nosotros?

lunes, 17 de septiembre de 2007

el misterio de las piedrecitas asesinas

Alrededor de las seis de la tarde llegó a la playa. El verano se estaba acabando y había poca gente, de hecho no había casi nadie. Era una playa de piedrecitas. No tenía arena, sólo piedrecitas de todos los colores que se hacían más pequeñas a medida que te acercabas a la orilla. No pinchaban al andar porque estaban redondeadas por la erosión. El mar estaba más oscuro de la cuenta y bastante revuelto. Aun así reunió el valor sufiente para bañarse. No sabía porqué pero el miedo que le provocaban las olas le hacía disfrutar. Sí sabía que estaba cometiendo una gilipollez. La fuerte resaca podía atraparlo. Estaba a merced de la corriente y no le escucharían pedir ayuda, pero una extraña sensación de libertad le impedía razonar. Al final consiguió salir del agua sin esforzarse demasiado y se sentó sobre las piedrecitas para secarse. Se quedó absorto mirándolas. En su opinión, los colores predominantes hacían juego y el conjunto formaba un bonito mosaico. Cogió un pellizco, lo puso sobre la palma de la otra mano y contó cuántas había. Ciento ocho piedrecitas. Sin tirar las ya contadas echó nueve pellizcos más como el primero sobre la palma. Pensó que más o menos había mil piedrecitas en su mano. Se dió cuenta de que todavía le cabían otras tantas. Levantó la cabeza y miró a su alrededor. Y se mareó. Entorno suya empezaron a amontonarse piedrecitas. Se sentía agobiado y quería levantarse, pero no podía. Sus piernas estaban ya enterradas y pronto lo estaría su cintura. El miedo le subía por la espalda hasta llegar a la punta de los pelos de la cabeza, allí salía en forma de sudor frío. Con este miedo no disfrutaba. Las piedrecitas le llegaban ya al cuello y el pánico le impedía gritar para pedir ayuda. Finalmente, quedó sepultado por completo y, pese a su insignificancia, o quién sabe, debido a ella, se convirtió en una víctima más del tiempo y la inmensidad.





lunes, 10 de septiembre de 2007

la chica de la cara cambiante

Ayer, mientras estaba en la cocina vino a visitarme. Me puse nervioso y me lo notó. Estoy seguro de que le divierte, por eso aparece sin avisar. Se quedó quieta detrás de mí. Me giré. La luz, mucha luz, entraba por la puerta de la casa y le daba por la espalda de forma que, al principio, sólo era capaz de distinguir su silueta. Gesto serio y la mirada fija. No soplaba el viento, nada se movía, no se escuchaba ningún ruido, sólo hacía calor. Mis ojos empezaron a enfocar. "¿Vienes?", me dijo. Aquella palabra salió de su boca como si de una computadora se tratase, imposible interpretar su intención, ni siquiera estaba seguro de que fuera una pregunta. Su rostro y su pelo cambiaban, se transformaban constantemente, sólo los ojos permanecían, ahora era rubia, luego morena, piel blanca, ahora un chico, barba, cejas finas, pequeña nariz, grande, pómulos marcados, otra vez chica, labios… Cambiaba rápido, pero no tanto como para que no pudiera apreciar cada transformación. Cada uno de aquellos rostros era bello, impasible. Otra vez ella. Me temblaban las piernas. "Ven conmigo". "No, déjame en paz", y volví a la cocina.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Despertares

Siete y media de la mañana. Es el momento de gloria de mi despertador. Lleva 24 horas esperando este momento. Yo no tenía dinero para comprarme uno de esos aparatejos electronicos de sony o de panasonic así que tuve que acudir al mercado negro a ver qué me ofrecían. Conseguí, no sin esfuerzo, reunir al menos quince monedas para este fin. Mis esperanzas se vinieron abajo muy pronto. Los precios eran desorbitados, incluso para uno de estos mercados al margen de la ley. Por lo visto, habia que sumarle al precio original un plus de peligrosidad, otro de transporte y un último de tributo al Señor, con lo cual, el precio final era muy superior al que tendría el mismo aparato en la calle. Vista la situación, me encomendé a mi contacto en aquel antro. Él, me dió la solución. No era muy ética, pero al fin y al cabo, éste no era un valor muy apreciado en el submundo. Un niño. Un niño filipino. Él sería mi despertador. Kim, filipino de los pies a la cabeza era muy chico, demasiado para sus once añitos. Delgado, ojos grandes, pelo negro liso y una dentadura digna de cualquier emperador francés de la época dorada. ¡Y qué pequeñito!. Aquella miniatura (de trece monedas) y yo nos dirigimos a casa. Estaba anocheciendo. No decía nada. Sólo respiraba fuerte al ritmo del segundo, con lo que cada sesenta respiraciones de Kim, pasaba un minuto más de nuestras vidas. Desde su nacimiento, el niño llevaba la cuenta del tiempo con una precisión asombrosa, al igual que tantos otros de su pueblo. El más aventajado de todos vivía desde hacía años en Ginebra, al servicio del INIM, el Instituto Internacional de Métrica y era usado como patrón con el que se ajustaban todos los relojes más importantes de Europa y el mundo. Esta dudosa técnica era mantenida en secreto por las autoridades, las cuales atribuían los méritos a una estúpida máquina que exponían con orgullo (y vergüenza interna). De esta manera, los más precisos niños reloj sólo podían ser adquiridos al margen de las leyes de la moral y a un precio de ganga.
Kim era muy muy preciso. Lo senté en mi mesita de noche junto a un retrato de Dorian Gray. Las piernecitas no le llegaban al suelo. Sus ojos no dejaban de mirarme, siempre atento a que si le devovía la mirada, él respondía con la hora actual. Pero aquello era superior a mis fuerzas. No soportaba su mirada penetrante y sumisa continuamente hacia mí. Pasé un tiempo en el que me desentendí de él. Odiaba tanto esos ojos que estuve dias sin saber la hora. Noté que mi ira se basaba en mi temor al contínuo paso del tiempo y que ahora se encarnaba en la figura de Kim, para mi eterna desgracia. Pensaba en cogerlo de los hombros y agitarlo fuerte mientras le gritaba aquella canción de los panchos, "reloj, no marques las horas, porque mi vida se acaba(...)Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua", pero después cambiaba de opinión y dejaba que el pobre filipino siguiese con su trabajo.
"¡¡Las siete y media de la mañana!!". Es el momento de gloria de mi despertador. Lleva 24 horas esperando este momento.