miércoles, 26 de septiembre de 2007

Retazos humanos


Humanos y humanos

Construimos aproximaciones de la realidad con modelos equívocos e inestables. Enarbolamos proyectos perecederos con el único objeto de satisfacer nuestra necesidad de acción, pero rara vez lo hacemos con auténtica determinación, y nunca eficazmente.

Nos atribuimos la supremacía del reino de los vivos, la razón, la creatividad y el humor, pero somos instigadores del odio y la destrucción como ninguna otra especie. El ansia de poder ha de ser nuestro único alimento.


Humus y humanos

Cualquier día podríamos perecer todos, de repente, devorados por la turba oceánica, o pasto de unas llamas de origen incierto. Surgiría entonces alguna iniciativa espontánea para conservar la esencia humana, intentando en vano imitar los procesos de escisión ó gemación, como últimas alternativas. Surcarían los cielos fragmentos de nuestros cuerpos, abrasados, irreconocibles, y acabarían distribuyéndose estas carnes sin vida por toda La Tierra, de forma homogénea, ocupando los terrenos más insólitos, las simas más recónditas.

Una vez allí, mi ojo izquierdo disputaría a tu coxis el derecho a la habitación de las zonas más fértiles. Lucharían ambos enfervorizados por ostentar el honor de ser cubiertos por enzimas más o menos suculentas, vertidas por bacterias quimiorganótrofas más o menos complejas, y acabar transformándonos los dos en humus. Pero no al mismo nivel: entre nosotros, se definiría claramente un humus victorioso, y un humus derrotado.

¿Acaso te creías...? Claro que hay diferentes categorías de humus: está el humus corrientito, y está el humus deluxe.

Por supuesto, yo sería éste último.

Y los días de lluvia, al caer las primeras gotas, yo me deslizaría sobre ti sigiloso, para no alertarte, y recibiría los exquisitos ríos acuíferos sobre mí, sazonados convenientemente con ricos minerales, esquistos y otros restos deliciosos. Y para ti, dejaría las rocas bastas y los residuos tóxicos.

Si me preguntaras, te diría que fue mala suerte. Que mañana te tocará a ti. Que yo te protejo, que nada malo te puede pasar, aquí junto a mí.

Y si algún día me encuentro demasiado fértil, y por ello algún labriego me elige para plantar su cosecha sobre mí, la noche antes del arado me revolcaré contigo, nos fundiremos y removeremos sin cesar el uno contra el otro, aprovechando las corrientes de levante. Y cuando ese bruto nos golpee sin piedad con sus aperos de metal, puede ser que, sin saberlo, nos separe en diferentes surcos, y te coloque a ti en la tercera fila, por ejemplo, y a mí en la primera.

¿Qué sería entonces de nosotros?