sábado, 1 de septiembre de 2007

Despertares

Siete y media de la mañana. Es el momento de gloria de mi despertador. Lleva 24 horas esperando este momento. Yo no tenía dinero para comprarme uno de esos aparatejos electronicos de sony o de panasonic así que tuve que acudir al mercado negro a ver qué me ofrecían. Conseguí, no sin esfuerzo, reunir al menos quince monedas para este fin. Mis esperanzas se vinieron abajo muy pronto. Los precios eran desorbitados, incluso para uno de estos mercados al margen de la ley. Por lo visto, habia que sumarle al precio original un plus de peligrosidad, otro de transporte y un último de tributo al Señor, con lo cual, el precio final era muy superior al que tendría el mismo aparato en la calle. Vista la situación, me encomendé a mi contacto en aquel antro. Él, me dió la solución. No era muy ética, pero al fin y al cabo, éste no era un valor muy apreciado en el submundo. Un niño. Un niño filipino. Él sería mi despertador. Kim, filipino de los pies a la cabeza era muy chico, demasiado para sus once añitos. Delgado, ojos grandes, pelo negro liso y una dentadura digna de cualquier emperador francés de la época dorada. ¡Y qué pequeñito!. Aquella miniatura (de trece monedas) y yo nos dirigimos a casa. Estaba anocheciendo. No decía nada. Sólo respiraba fuerte al ritmo del segundo, con lo que cada sesenta respiraciones de Kim, pasaba un minuto más de nuestras vidas. Desde su nacimiento, el niño llevaba la cuenta del tiempo con una precisión asombrosa, al igual que tantos otros de su pueblo. El más aventajado de todos vivía desde hacía años en Ginebra, al servicio del INIM, el Instituto Internacional de Métrica y era usado como patrón con el que se ajustaban todos los relojes más importantes de Europa y el mundo. Esta dudosa técnica era mantenida en secreto por las autoridades, las cuales atribuían los méritos a una estúpida máquina que exponían con orgullo (y vergüenza interna). De esta manera, los más precisos niños reloj sólo podían ser adquiridos al margen de las leyes de la moral y a un precio de ganga.
Kim era muy muy preciso. Lo senté en mi mesita de noche junto a un retrato de Dorian Gray. Las piernecitas no le llegaban al suelo. Sus ojos no dejaban de mirarme, siempre atento a que si le devovía la mirada, él respondía con la hora actual. Pero aquello era superior a mis fuerzas. No soportaba su mirada penetrante y sumisa continuamente hacia mí. Pasé un tiempo en el que me desentendí de él. Odiaba tanto esos ojos que estuve dias sin saber la hora. Noté que mi ira se basaba en mi temor al contínuo paso del tiempo y que ahora se encarnaba en la figura de Kim, para mi eterna desgracia. Pensaba en cogerlo de los hombros y agitarlo fuerte mientras le gritaba aquella canción de los panchos, "reloj, no marques las horas, porque mi vida se acaba(...)Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua", pero después cambiaba de opinión y dejaba que el pobre filipino siguiese con su trabajo.
"¡¡Las siete y media de la mañana!!". Es el momento de gloria de mi despertador. Lleva 24 horas esperando este momento.