domingo, 30 de septiembre de 2007

después de la lluvia viene la calma

Poco después, el estruendo dejó paso a un silencio ensordecedor. A pesar de haber sobrevivido a aquellos minutos de destrucción la calma les enloquecía a pasos agigantados.
Personas que han sufrido conflictos bélicos similares afirman que los momentos que condensan esas primeras muertes, la visión de los primeros miembros seccionados o, peor aún, desgarrados, o el sonido de los gritos de seres humanos despojados de sus seres amados, no son nada comparado con el atronador vacío que viene después. Éste caso no era una excepción.
Ellos estaban confiados pues se tenían en alta estima, eran cultos, racionales, experimentados y conocedores de los entresijos de la psique humana, pertenecían a una sociedad capaz de afrontar estas y otras catástrofes mayores. Pero a pesar de estar alerta, la suave y sigilosa entrada en sus vidas del vacío, poco a poco, como si de la melodía de un dulce sueño se tratara, fue destruyéndoles sin pausa. Entraba por las habitaciones cerradas de sus mentes, incluso dibujaba puertas inmensas que creían no tendrían cabida en sus subconscientes para liberar de ellas los más bajos instintos y sentimientos, los planteamientos más oscuros y las contradicciones más dañinas y dolorosas contra las que nada podían hacer salvo sumergirse en ellas.
Se dieron cuenta de todo el proceso pero no lograron detenerlo.
La autodestrucción estaba cerca.