viernes, 18 de mayo de 2007

Las cuerdas heteróclitas

Basta ya, con ese filtro que antepones a cada palabra. Arráncalo de cuajo, y si tu faringe se resiente, riégala con impulsos primarios, sin cuidarte de su procedencia ni de los actos que provoquen. Explota furioso, y abraza la inmensidad. Llora lo que el vértigo te deje. Mírame a los ojos, desnúdate y muéstrame el animal que grita desesperado su encierro. Préstale voz a él, desdeña a su carcelero y destiérralo, porque un día será su verdugo.

Dilata las paredes que confinan tu iniciativa en un minúsculo punto. Sujeta la superficie resultante entre las manos, estírala y desenróllala sobre sí misma hasta perder de vista su extremo. Púlela con invisible pátina, y desliza tu cuerpo por ella sin esperar la caída. No llegará, y si vuelves al punto de partida, ya todo habrá cambiado. Sepárate ahora de la cinta. Desde dos puntos alejados, puedes tirar hacia ti, y verás que en su ensanche cada fragmento de la curva aumenta de longitud. Suéltala. ¿Ves que se propaga ilimitadamente? Lo hará por siempre.

Sírvete de las trayectorias que te propone. Reniega de las líneas rectas, y zambúllete en el vacío de los espacios infinitos. Desde hoy, cada punto de inflexión que atravieses supondrá un nuevo escenario para ti. No te asustes ante lo caótico de tus caminos, ni ante los vertiginosos descensos de las hipérboles. Huye de las plácidas mesetas de la certeza para vagar por escarpados senderos hacia alguna cumbre. Cree en la alquimia y en el arte, y abandera las causas perdidas.

Quítate esos andrajos, y péinate un poco. Estira tus músculos, una larga travesía te espera.