lunes, 7 de enero de 2008

Las barreras de Jonás (II)

¿Y después?

Probablemente nada fuera de lo común. Algunos saludos excesivamente cariñosos, y otros decepcionantes por su frialdad. Cocktails, frutos secos, conversaciones sobre fútbol, música, arte e incluso algunos intercambios de frases embriagadas, apenas calificables, dignos de la peor película de Eddie Murphy.

Jonás, sentado en un taburete de mimbre en la cocina de su casa, se sumergía en un tedio que los débiles mordiscos a su tostada no podían distraer. Se preguntaba por qué...por qué nada, por qué sólo él, por qué el mundo gira y todos se mueven, por qué él no pasaba de ser un observador galileano ajeno a su entorno, una masa inerte en medio de la vida, del movimiento, de las acciones y reacciones del universo.

"Esto es ridículo", pensaba Jonás. "Estoy perdido", atravesaban estas palabras su corazón hasta la cabeza, y cerraba los ojos. "¿Por qué no tengo memoria? No hago absolutamente nada con mi vida. Algo se ha perdido en mí."

Jonás es un héroe impasible y sin memoria, que todo lo piensa y no recuerda nada. ¿Cómo se pone en práctica una teoría que no se recuerda? ¿Hay que querer recordar las cosas?

Jonás miraba por la ventana y se distraía con el trasiego fútil de la gente, con sus acciones predeterminadas al compás del mobiliario electrónico que decora las calles. Odiaba fervorosamente un semáforo recién instalado en la puerta de su casa. Siempre que iba al trabajo le esperaba el color verde para peatones. Cuando volvía a casa, sin embargo, era corriente que estuviera en rojo durante dos o tres minutos.

"Este jodido cacharro existe para hacer más fácil la vida de las gentes. ¿Por qué me parece que a mí me la complica? Putos autómatas...", se decía, y en su gesto se acentuaba el desinterés, como asumiendo lo absurdo de estas cuestiones antes aún de planteárselas.

"¿Qué es peor, no pensar nada y someterte a una espiral de actos irreflexivos, haciendo de tu vida una receta, o pensar en asuntos inútiles con respuestas carentes de acción, que no te llevan sino a la miseria y al desencanto?"

La divagación es la mayor pérdida de tiempo; Jonás jugaba al ratón y al gato con su propia inteligencia.

"De todos modos...", y la sensatez afloraba ligeramente en su interior, "el ejemplo del semáforo me vale sólo a medias. Sacrificar la vida a la iniciativa personal es una paradoja grotesca. Las computadoras son un objeto mucho más fácil de odiar, Asimov ya hablaba de los peligros de su uso generalizado por la raza humana, y eso es incuestionable. ¿Y los coches? Si no existieran, no habría semáforos. ¿O sí? Ya inventarían algo peor...La era de la tecnocracia está en pleno apogeo. ¡Es imposible imaginar algo peor!".

La confusión de Jonás alcanzaba ya límites l'hopitalianos. No en vano él era un ser absolutamente sumiso a las bondades de su criticado orden: el DVD y ordenador portátil eran su ojito derecho en casa, y trabajaba en una empresa consultora de software, siendo considerado en la misma un empleado serio, vaya, un trabajador de comportamiento intachable. Como no podía ser de otra forma, se reprochaba estas evidencias constantemente, pero quítele usted de renunciar a su empleo y menos aún a sus bagatelas digitales. La hipocresía es a veces inherente a la gente reflexiva, y así Jonás se sentía un despreciable hipócrita, indigno de la humanidad y de sus propias virtudes. La única idea que le distraía de esta contrición era la posibilidad de que cualquier intelectual del siglo veintiuno se sintiera igual. Esto le reconfortaba.

En medio de estas atribulaciones, sin saber muy bien por qué, a su mente habían acudido recuerdos del pasado: su primer baño en mercurio, el tercer gol de Señor, y algunas imágenes del nacimiento del universo - se apresuró a llamar al Instituto Europeo de Investigaciones Espaciales-.

Pero lo verdaderamente llamativo para él, puesto que en su egoísmo tan particular era incapaz de pensar en la trascendencia internacional del descubrimiento de las causas del Big-Bang, era el haber intuido pasajes de la última fiesta en casa de Lucy. ¿Por qué esto, de repente? ¿Qué pasó allí? Imposible discernir lo real del recuerdo, un velo traslúcido le ocultaba lo ocurrido. ¿Así fue? Superficial, ordinario, un mero entretenimiento. Una borrachera, sin más. Siendo así, ¿por qué desde ese preciso día se veía tan diferente, tan triste y abúlico? ¿Acaso la droga, variada y exquisita aquel día, había producido sobre él este efecto? Mientras sorbía cuidadosamente el café, pues no podía soportar los ruidos propios ni ajenos al beber, así era su delicadeza, se encendía un cigarrillo, entregándose a este nuevo pensamiento. Las anteriores reflexiones habían quedado, de momento, total y felizmente descartadas.

"Llevo dos meses sumido en el mayor dolor. No en un dolor caústico, pasional; es un dolor romántico, extraño, lejano. Un dolor como de antaño, no es mío. En el trabajo todo funciona, incluso el otro día me insinuaron un cambio con buenas expectativas de futuro. Pero la melancolía me ha invadido casi por completo desde aquel día, y no sé muy bien por qué. Soy incapaz de producir algo positivo, no tengo motivaciones..."

Respiraba hondo mientras cogía la chaqueta, el móvil y la cartera. "Con suerte llego a tiempo". Iba al trabajo. Tomando el ascensor seguía preguntándose: "¿Por qué tengo pinta de no haberme leído la última novela de Jorge Bucay?".

"Está claro que yo, hastiado de la vida, como drogado en mis ebulliciones, de repente he sentido un chasquido en la mente. Al recordar esta fiesta aparentemente aséptica, de la que mi impresión era que salí huyendo, algo me ha turbado. Estoy nervioso, es una extraña sensación...Ojalá pronto me encuentre con Lucy, tengo que transmitirle esto. Pero, después de tanto tiempo, ¿qué le diré? Pensará que estoy loco...aunque esto tampoco ha de extrañarle, pues ya me conoce bien".

Sonrió, con una risa extrañada de sí misma y los ojos brillantes de excitación, y al abrirse la puerta del ascensor enfiló el vestíbulo del edificio y atravesó la avenida. Ausente, no advirtió que el semáforo estaba en rojo para peatones.

Por suerte, la torpeza de Jonás no impidió que cruzara la avenida de una pieza, pasando por delante de la casa de Lucy. ¿Qué sería si no de esta extraña historia y de ti, apasionado lector, con un final así? ¿Quizás una película francesa de nueva tendencia? ¿Una tenebrosa alegoría plagada de claros símbolos sugeridos por algún crítico cool?

O eso, o nada. El sinsentido de un relato sin argumento.