martes, 8 de enero de 2008

Las barreras de Jonás (III)

Es un mundo complejo, inmenso. El ser humano, en el centro de todo ello. Un sinfín de entidades, relaciones, cadenas, causas y efectos, que el hombre ha aprendido a describir a lo largo de su historia.

Se puede describir y predecir la evolución del estado físico de las cosas. La trayectoria errática de un renacuajo sobre la superficie de un riachuelo también, si interesara. Procesos químicos, macroeconómicos; he llegado a leer predicciones de resultados deportivos en un campeonato según el análisis de equipos a mitad de temporada. Es absolutamente desolador; el auténtico placer de la existencia es lo insólito, lo imprevisto. No hay mayor diversión que la sorpresa.

¿Qué hacer ante la monotonía? Ir andando por la calle, encogerse en cuclillas y saltar alto, con todas tus fuerzas, de repente, es un placer que no se permite. El alma de la ciudad se asusta, tiembla. A veces vas andando, escuchando música, y te apetece gritar e incluso bailar; cuídate de hacerlo ante los ojos de ejecutivos, pandillas o cualquier transeúnte. La naturaleza es la libertad; puedes irte a la selva en busca de una vida sin normas absurdas, o resignarte al desprecio y soslayo públicos.

Es legítimo hacerlo, pero esa resignación es en sí misma una forma de ponerse por encima de los demás. Es un acto de prepotencia, un desprecio a la raza humana, a muchos siglos de represión con el objeto de la automatización humana, la normalización de las gentes. ¿Cómo podrían existir estas descripciones, predicciones y modelos, partiendo de seres cambiantes e imprevisibles? Es necesario e inevitable agrupar.

Hay unas categorías personales algo arbitrarias, que no siempre corresponden a la profesión de las personas, y por las que los demás les recuerdan: violadores y otros criminales, científicos, agentes de seguros, administradores, fumadores de porros, embaucadores…Se puede ser varias cosas a la vez, pero has de ser una de ellas ante todo. Aunque sea para constar en una estadística del tipo “Personas que viven de la imagen y fuman Ducados”.

Jonás, por ejemplo, es una persona que nunca participaría en un partido de “Famosos contra periodistas”. Tampoco sería un candidato a dar su opinión en un debate televisivo; para él sería vergonzante incluso el ser entrevistado a pie de calle por una reportera local, para algún programa de vodevil con la mínima audiencia. Iba por la calle a paso rápido, mirando al suelo para evitar el encuentro con unos ojos extraños, pero erguido, porque su madre se lo decía desde chico, y además es malo para la espalda, coño. Un espíritu danzante, un teatro ambulante al que la gente mira sorprendida. Abstraído en el recuerdo de aquella fiesta, sus gestos eran más expresivos y cambiantes que nunca; él no se daba cuenta. Sonreía relajado, y luego fruncía el ceño como el sabueso concentrado en su pesquisa, o reflejaba asco y extrañeza con el labio superior alzado y las aletas de la nariz dilatadas. En un solo segundo, pasaría por tres o cuatro categorías humanas identificables con pulsador de concurso, y también por otras inexistentes.

En esos momentos, ante todo, estaba entusiasmado con su nueva distracción y perplejo de sí mismo, haciendo caso omiso de todo su entorno. ¿Se puede ser más extravagante? Sí, y trabajo en ello.

Nadie sabe cómo, porque no lo hemos explicado, Jonás llegó a su oficina. Para no levantar más ampollas de las debidas en las personas rectas y amantes de la vida seria y el buen hacer, podríamos decir que su jornada laboral fue apasionante, el café de máquina sabroso y de delicado aroma, y sus encuentros de aquel día sumamente interesantes y divertidos, impregnados de profundos sentimientos humanos, con la sinceridad como protagonista.

Salió a las dos por la puerta de atrás. Porque le venía mejor.