miércoles, 23 de marzo de 2011

Pasteles envenenados

A este paso, las superpotencias van a convertir la guerra en algo que también se pueda comprar: ¡financiamos tu propia guerra privada! La gente se va a volver loca, todos quieren guerra, la vuelta de tuerca, la última commodity, la más sofisticada que creó el hombre. El objetivo para XXI es que el ciudadano coma pizza de ántrax, que duerma encima de un misil. En breve, la chaqueta del businessman será sustituida por el uniforme GI-Joe, complementada cuanto menos con el chaleco antibalas - una solución sobria, de compromiso.

Europa ha destrozado el mundo. La corneta de guerra es la melodía del planeta - una guerra con galletas de chocolate Cadbury, flores de plástico y panfletos prologados por premios Nobel deslizados bajo la puerta de cada domicilio.

Todo lo que el hombre crea -lo que produce- lucha entre sí, en lugar de aspirar a la unidad o a la armonía. Sólo existe la espera de la muerte, el silbido ensordecedor del cohete que anuncia el cemento resquebrajado, montones de acero en formas abigarradas despejan el paso a la guerra a través de circunvalaciones y túneles metropolitanos. Chirría el metro y una corriente de aire caliente absorbe las bolsas de patatas vacías, que revolotean por una fantasmal estación de metro del extrarradio. Enormes edificios de la administración contienen el aliento, avergonzados. Quizá expectantes. Disparos de metralleta van a dar a la luna de una pastelería: "Rosa del sur". Los daños son mínimos a causa de un blindaje que en su momento todos calificaron de ridículo, innecesario, un capricho del dueño. Un milhojas rosa, casero, es el producto estrella del "Rosa del sur". Todos los que lo compran saben, pero no reconocerán jamás, que el milhojas está hecho de sangre y una pasta confeccionada con bonos del estado y acciones de Exxon Mobile en proporción variable. Las cosas del maestro pastelero. Un personaje enigmático, extravagante, sí, pero...¿quién te dijo qué echar a tu guiso? Y ese ligero aftertaste... ¡irresistible!

(el dulzor aquí sólo emerge tras el inconfundible paladeo de Su Muerte; después de todo, algo imperceptible, un bitter twist, pero la nota de color del manjar, sin duda).

Cintas coloradas, ruido de platillos y espumilla llenan la calle. ¡Todos a cantar, es el carnaval de la muerte!

Un funcionario luxemburgués se está sonando los mocos en este preciso momento con un documento que ha tomado de un cajón cualquiera de su despacho en Bruselas. En un diván confeccionado con huesos de africanos y rematado con cocaína, el poder sonríe y extiende su mano, mostrando una lujosa sortija que fue tallada sólo para tus labios. ¿No la besarás acaso?