martes, 15 de marzo de 2011

La destrucción del castellano.

Hace meses llegué a la conclusión de que lo primero que debemos hacer para revertir la triste situación del país es destruir nuestra lengua. Examinándola constantemente -durante T, a cada t sub i que la empleo-, cuestionándola, inquiriéndole por nuestro pasado y nuestro papel como nación, me incliné por resolver que es una lengua absolutamente incapaz y obsoleta para la coerción, la persuasión e incluso para la misma conversación, no digamos para el dominio del mundo.

Tengo sobre la mesa tres plicas con propuestas muy interesantes de diferentes lingüistas que me autorizan y citan en cotilleos privados. Enmohecidos en sus departamentos de universidades locales, sentados en carcosillas que crujen y traquetean, pretenden reabrir vías de expansión para el castellano, repensar el idioma. Ni sentados, qué digo, son becarios aplastados contra montañas de revistas y artículos antiguos, enyugados a un collar de hierro; formulan hipótesis de pie, las rodillas temblorosas y recosidas, agarrando bolígrafos mordidos que les tiran las secretarias al pasar. Todos estos muy venerables ácaros coinciden, por error, en un principio común como única esperanza para una ulterior expansión: la necesidad de involución del castellano al occitano, una lengua que en estos momentos languidece diseminada en formas variables a lo largo del sur de Francia. ¡Ojo!

Con ser más cercano al catalán y al francés, y con esa su debilidad, su poca raigambre, confían en provocar la conmiseración en nuestros vecinos, supongo, apelan a ese efecto pasivo-transitivo de la humillación. ¡Es preciso subrayar su sagacidad! ¡No la belleza intrínseca del lexema occitano, o la musicalidad de su sonido, lo que los lleva a este hallazgo! No un examen concienzudo en términos de rigor sintáctico, robustez, adaptabilidad, no. ¡Es la compasión la que prima, contaminar a las otras lenguas el único objetivo! Una estrategia nada desdeñable: buscar los flancos débiles en la invasión lingüística, partir no desde el propio lenguaje, desde la creación, sino desde la herida; asomar la nariz a través hendiduras ocultadas por el polvo, penetrar en los vericuetos de la infamia europea, cantar a la destrucción por el paso del tiempo. Sembramos una antisemilla, buscamos la creación desde la nostalgia: apostamos por la pena, aléjeme yo de la gloria.

Poca novedad podemos reportar desde estos anuncios -¿sin duda, ajenos a la prensa nacional?-. Me hallo betatestando estos idiomas en una colonia garrular de la meseta, hasta el momento con resultados bastante desalentadores: resulta casi imposible lograr que los individuos capten la suavidad interdental de la doble s.