martes, 12 de junio de 2007

La arenga de los malditos

Hombres despiadados, violadores, psicópatas, miserables, estafadores y estraperlistas todos:

Hoy es un día grande para vosotros. Aquí estoy, y traigo lo que un día lejano os prometí: ¡libertad! He aquí las llaves de esta mazmorra, que quedará abierta para que huyáis en jauría y a toda velocidad. Pero no os agolpéis en la cancela. Apartad de mí esas manos; no quiero mancharme con vuestra mugre. Es necesario que escuchéis unas palabras antes de partir.

Hace cinco años para unos pocos, algunos más para los que se resistieron en un principio por su bondad innata, fuisteis recluidos en estos calabozos para ser sometidos a exigentes entrenamientos cuyo único propósito era reconducir vuestros compasivos espíritus a la senda de la perversión y la depravación. Se trata del plan de instrucción más agresivo que jamás ha desarrollado el gobierno de este país, dentro del desarrollo de la nueva Ley Orgánica del Orden y el Bienestar Social. Habéis visto cómo, mientras unos erais encaminados al ejercicio de habilidades militares o triquiñuelas callejeras, otros eran curtidos en el estudio de las artes, el derecho o la difamación; ahora, formáis un comando perfectamente diversificado, y estáis preparados para salir de este siniestro recinto y llevar a cabo aquello para lo que habéis sido formados con gran esfuerzo de muchos profesores e instructores: la propagación del caos, el horror y la desolación. Os hemos proporcionado los instrumentos, vuestra es la imaginación y astucia con que ponerlos en práctica.

No se trata de otra cosa que vagar sin rumbo, practicando en vuestro deambular diario todas las fechorías que habéis aprendido. No necesitáis pensar, puesto que cada uno, dentro de sus capacidades y habilidades, ha sido condicionado por El Plan para reaccionar a situaciones concretas y diferentes a las de vuestros compañeros. Recordad que el grado de dificultad que os planteen dichas situaciones, así como el nivel de maldad que demostréis en correspondencia, son cuantificados y monitorizados constantemente por el Órgano Central de Regulación del Orden y el Bienestar. Así quedáis dispensados de tener que reportar informes de vuestras atrocidades a los superiores, y aunque confiamos por completo en la efectividad y calidad de vuestra preparación, de esta manera también anulamos la posibilidad de la existencia de desertores o impostores entre vosotros. Por otro lado, con estos datos que reciba el Órgano, incentivaremos mensualmente a los que demuestren especial crueldad y sibilinismo.

Es fundamental que cada una de vuestras acciones queden revestidas con una espesa bruma de incógnita; tan importante es generar terror como acompañarlo de la confusión más histérica posible. Focalizad en vuestras víctimas el sufrimiento indecible que habéis vivido entre estas angustiosas murallas.

Con esto, no me queda nada por decir. Sólo deciros que ha sido un placer compartir estos años con vosotros. Nuestro país espera mucho del Plan; sois imprescindibles en el crecimiento y modernización de esta gran Nación, y sin duda que ella os recompensará por vuestros servicios.

Con gesto triunfante, alza el puño, y todos le acompañan con gran alegría. Desaforados, la mayoría golpean sus cadenas contra las paredes y el suelo, y se agolpan contra la cancela. Otros permanecen en silencio al fondo del calabozo, con una inquietud contenida, pero con la determinación y templanza reflejadas en sus fríos rostros. Todos han dejado atrás cualquier vestigio de inocencia y compasión. Desprecian el mundo, y también a sus compañeros, pero ahora todos estos corazones se agitan juntos, ansiosos por dar rienda suelta a sus demonios.

Entonces el carcelero abre la cancela. Sobre él se precipita un amasijo informe de garras, odio y dolor, y a cada grito se suceden mil desgarros, voraces mordiscos y golpes sordos. La marea no cesa, y mientras veinte infames le hostigan brutalmente hasta que su cuerpo queda completamente destrozado y ya sin vida, otros huyen despavoridos, algunos se tiran al suelo desesperados y chillan y profieren abominables insultos, y los últimos abandonan el lugar con un soberbio halo de violencia, pero inmutables.

La gente en el exterior bebe cerveza, escucha música, pinta en el parque, pasea, copula. La sangre y la tristeza, que ya se han derramado, amenazan con su pronta llegada a la ciudad. Como ríos, fluyen por canales putrefactos; son polizones de un camión que arroja su mercancía en naves abandonadas y suburbios. Llegan los malditos.