sábado, 4 de septiembre de 2010

El rito.

Una vez, dos veces, tres veces. Ese conejo no sabe que estoy aquí. El viento en contra, los ruidos son confusos, el Sol más alto, el calor aturde. Sabe que algo diferente ocurre. Sobre las señales lo sabe.

...

Me regalaron una brillante e inoxidable navaja suiza. La blandía con orgullo frente al vientre hinchado. La piel se abría, sin esfuerzo, como el plástico de las bandejas de carne. Luego la desnudez, la vergüenza bajo el vestido. Un corte más y la inmundicia escapa del escondite. Cavidad oculta por fea, por maloliente. Un tirón y vuelve al suelo. Pureza. Placer, orgullo, muerte. Esto nadie me lo enseñó. A veces, las más, se me olvida.